Victoria Olivetta Después de cuatro años y un viaje en autobús de 44 horas, por fin visité a mi hija y mi yerno y vi por primera vez a mi nieta Giovanna. De inmediato me conquistó el corazón. Es tan linda, tan inteligente, tan activa (que me disculpen otros abuelos, ¡pero mi nieta es la nena más adorable y más linda del mundo! Bueno, seguro que ustedes piensan lo mismo de sus nietos.) Pasé con ella tanto tiempo como me fue posible; quería conocerla y entenderla. Fue asombroso ver que Giovanna era y se comportaba de manera muy parecida a su madre cuando tenía la misma edad. Pero al mismo tiempo, Giovanna tenía sin duda alguna su propia personalidad y estilo. Yo había dado mucha importancia a la educación de mis hijos. Empecé a darles clase a una edad temprana. Mi hija y mi yerno han empezado a hacer con mucho entusiasmo lo mismo con Giovanna. A los veinte meses, Giovanna ya sabe leer un poquito, cuenta hasta veinte, conoce los colores básicos, empieza a reconocer las figuras geométricas y se ha aprendido varios versículos simplificados de la Biblia. Es muy inteligente, pero de todos modos irradia la inocencia de una chiquitina. Un día, mi nieta corría y jugaba un poco alborotada. Velozmente pasó de hacer un ejercicio gimnástico en la cama (cabeza y pies firmemente plantados en el colchón, el trasero hacia arriba, los brazos cruzados formando una A) a caer al piso con un ruido sordo. Se la veía sorprendida, pero no se había hecho un daño grave. Se sentó un momento. En el rostro se le reflejaba una mezcla de sorpresa, incredulidad y vergüenza. Tras recuperarse, se puso de pie. Le propuse orar por ella porque estaba segura de que aquella caída inesperada como mínimo debió de ser un poco dolorosa. Tan pronto terminó la oración, Giovanna abrió sus grandes ojos marrones y recuperó la inconfundible chispa de su carácter juguetón. Separó las manos lista para reemprender los importantes asuntos de su corta vida. Más saltos y juegos. Pocos días después, su padre tuvo que viajar a otra ciudad y ausentarse por dos días, y ella lo extrañaba. Acostumbraba pasar un rato con Giovanna a la misma hora cada día siempre que podía, y a esa hora era cuando más lo extrañaba al estar él de viaje. Un día, la madre de Giovanna le dijo que en vez de estar enojada debía orar por su papá, y rezaron juntas. De inmediato, la expresión de Giovanna se transformó. Dejó de preocuparse y extrañar a su papá, y tuvo tranquilidad y confianza; volvió a estar contenta y juguetona. Su fe sencilla me obligó a reevaluar la mía. Aunque oramos confiados en que Dios responderá (por eso oramos en primer lugar, porque esperamos alguna respuesta), no siempre oramos y de inmediato dejamos de preocuparnos por la situación porque tenemos el convencimiento de que la respuesta ya está en camino. Como Giovanna lo creía, prosiguió su vida tan feliz. La fe de un niño David Brandt Berg Viene bien ser como un niño. Es más, Jesús dijo: «Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos» (Mateo18:3), y «dejad a los niños venir a Mí, porque de los tales es el reino de Dios» (Marcos 10:14). Tenemos que ser como niños pequeños: cariñosos, tiernos y de fe sencilla. Los niños son una muestra de los ciudadanos del Cielo. Son como angelitos bajados de la Gloria. Sus vivencias celestiales están aún tan frescas que entienden lo que es la oración y otras cuestiones espirituales mejor que la mayoría de adultos. Hablan con Dios y Él les responde. Es así de sencillo. Lo malo con la mayoría de los adultos es que saben demasiado. Tanta instrucción los ha despojado de su fe de niños. Pero hay muchos que tienen la fe y la confianza de un niño y que a diario hacen cosas que para los incrédulos intelectuales son imposibles. Por eso, sé como un niño pequeño, ¡y tendrás unas experiencias maravillosas! Artículo gentileza de la revista Conectate. Foto © www.123rf.com
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La mayoría de las personas mayores han observado a un niño jugando alegremente y por un momento desearon volver a ser como él. Se lo ve tranquilo y contento. No tiene nada de qué preocuparse. Los niños se ríen con facilidad, disfrutan de lo que hacen y se entusiasman con cosas muy sencillas. Por lo general, sus preocupaciones son de poca monta y muy temporales y muy pocas veces duran más de unos minutos, o a lo máximo una hora. Probablemente pasen mucho más tiempo que ustedes disfrutando contentos y metidos en lo que están haciendo.
¿Por qué a los niños se los ve mucho más tranquilos? Es evidente que tienen mucho menos trabajo, pero en realidad esa no es la causa raíz. Lo que les da mucha más paz interior no es tanto la ausencia de trabajo como la casi completa ausencia de aprensión por el futuro. Cuanto más pequeños son los niños, menos propensión tienen a preocuparse por el futuro. Cuando crecen, enfrentan más problemas y presiones. En poco tiempo ya se preocupan por su boletín de calificaciones, después empiezan a mirarse al espejo y preguntarse si serán feos cuando crezcan. Al acercarse a la edad adulta, se acumulan las preocupaciones sobre el futuro, y en algunos casos empiezan a opacar el entusiasmo por las cosas sencillas de la vida. Antes de darse cuenta ya se convirtieron en personas mayores con plenas responsabilidades, muchas aprensiones y preocupaciones. Lamentablemente, el miedo y la preocupación por el futuro se convierten en parte de la vida adulta a diferentes niveles, pues depende de la medida en que la persona sea propensa a preocuparse. Algunos tienen más responsabilidades y por tanto, más de qué preocuparse. Otros se preocupan más porque es su personalidad. Otros temen y se preocupan por experiencias negativas que han tenido. El caso es que todo el mundo se preocupa de vez en cuando. Todos tienen que lidiar periódicamente con temores y aprensiones, ya sea en torno a su trabajo, sus hijos, su salud o su empleo. Está claro que no puedes volverte niño hasta tal punto que te desentiendas de todas tus obligaciones y de tu trabajo y pasar todo el día en juegos de simulación o imitación, pero sí que puedes aprender del ejemplo de los niños de vivir más el momento y disfrutar de las cosas sencillas de la vida. A continuación enumero algunos ejemplos de alegrías sencillas que suelen pasar inadvertidas:
Respira hondo. Otra vez. Por unos momentos piensa en algo bonito. Olvídate de tus problemas. Olvídate del día. Aprecia las cosas buenas de la vida. ¿Verdad que te sientes mejor? Si aún no te sientes más a gusto, te sentirás así cuando seas más como un niño y te habitúes a disfrutar de los placeres sencillos de la vida. Disfrute la vida de principio a fin, no en ratos breves e intensos. Pasa tiempo riendo con los demás y amándolos, no dándoles órdenes, resolviendo problemas ni compitiendo con ellos. Ama, viva y disfruta de algo cada día. ¡Todos los días! © TFI. Usado con permiso. Jay Phillips Hoy fui a caminar con los niños de unos amigos. Paseamos por el campo en los alrededores del pueblo donde vivimos. Es una zona agrícola con senderos de tierra y bosquecillos. El tiempo era estupendo; así que fue una buena oportunidad de que los niños respiraran aire puro e hicieran ejercicio, mientras corrían por allí buscando insectos y otros animalitos que abundan en la primavera y el verano. En medio de la naturaleza da la impresión de que el tiempo se detuviera; por lo menos hasta que los niños gritan entusiasmados: «¡Una mariquita!» o: «¡Una araña!» Pero hasta esas alertas repentinas están bien, porque por lo general me bastan unos minutos de tranquilidad para despejarme la cabeza. Entonces no me importa correr a fotografiar el último bicho interesante que han descubierto y vivir ese instante con unos chiquillos tan curiosos. Cuando Jesús dijo que si no nos volvemos como niños no podremos entrar al Reino de los Cielos (Mateo 18:3), tal vez no se refería solamente al Cielo venidero, sino también a la tranquilidad y el adelanto de cielo que sentimos en el corazón en esta vida durante un rato en que dejamos las preocupaciones de lado y nos sintonizamos con la voz de Dios, que nos habla por medio de Su creación. Los niños que estaban conmigo lo hacían con naturalidad. No estaban preocupados por tareas que hubiera que hacer al volver a casa ni por cuentas que hubiera que pagar. Sencillamente rebosaban de energía y estaban ilusionados y contentos de que una persona mayor los acompañara y tomara fotos de lo que hacían. Con mayor razón deberíamos tener la gran tranquilidad de saber que el de Arriba nos cuida y que, sin duda, también toma fotos de nuestra vida. |
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